Como ya sabemos el estrés, la ansiedad o el aburrimiento puede hacer que nos lancemos a la nevera sin control. Por ello, y más en situaciones como la que estamos pasando actualmente, es importante saber controlar esos impulsos.

Podemos intentarlo nosotros mismos desde casa, aunque cuando no se puede, no hay que tener miedo a pedir ayuda. Profesionales como los psicólogos, los nutricionistas, te pueden ayudar a encauzar esas situaciones y guiarte para que entiendas tus emociones y como has llegado a tu situación.

Con respecto a esto, vamos a intentar dar unas pinceladas sobre la alimentación emocional. Lo primero que tenemos que entender, es la diferencia entre hambre real o apetito físico y hambre emocional.  El apetito físico se calma cuando comemos, no importa el que, una fruta, unos frutos secos, cualquier alimento sirve para calmar esta hambre. Podemos distinguirla porque no sentimos remordimientos al comer y estamos simplemente intentando reducir un malestar físico, un dolor de estómago, un bajón de azúcar, todos aspectos físicos.

Sin embargo, la alimentación emocional es aquella que realizamos por causa de una emoción. Me explico, cuando estamos tristes, ansiosos, aburridos, eufóricos y comemos para intentar disminuir esas emociones, estamos transformando el alimento en una comida emocional. Suele ser cosas repentinas, y que lógicamente cuestan mucho más de controlar que un hambre física. Es lo que comúnmente conocemos como un antojo.

La mayoría de las veces cuando estamos ante un caso de alimentación emocional, recurrimos a productos ultraprocesados, que debido a su composición (extra de azúcares procesados, grasas ultraprocesadas y saturadas, harinas refinadas, potenciadores de sabor, etc.)  generan un sabor y textura que “enganchan” y visualizamos como agradables. Pues si nos fijamos bien, cuando estamos ante una situación de alimentación emocional habitualmente recurrimos a productos que nos hagan sentir “agradable” y es por ello que en lo primero que pensamos es en ultraprocesados, dulces, etc.

Para evitar recurrir a ellos, podemos poner en práctica los siguientes tips:

  • Distingue entre alimentación física y alimentación emocional: si sabes el motivo por el que vas a la cocina te será mucho más sencillo aprender a controlarlo.
  • Intentar planificar una alimentación saludable: el plato de harvard es un buen método para controlar la cantidad de comida que nos ponemos en el plato y la calidad de los nutrientes que usamos, fomentando productos como frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, etc.
  • Sano no es igual a infinito: que nuestra despensa esté basada en productos saludables no implica que podamos comer sin control. Un exceso de comida asociado a una bajada de ejercicio o incluso una inactividad total hace que ingiramos más kilocalorías de las que consumimos, asociando esto a un aumento de la obesidad, diabetes y otras patologías relacionadas.
  • No compres ultraprocesados: si no están en tu despensa no tendrás la tentación de probarlos si tienes un brote de ansiedad, depresión, o similar
  • Intenta comer sin distracciones: Comer viendo la televisión o jugando al móvil hace que nuestro cerebro se centre en esa tarea y nos olvidamos de estar comiendo, lo cual la sensación de saciedad no llega y tendemos a comer el triple de lo que realmente comemos.
  • Evita ir a comprar con hambre: si no has comida y entras al super lleno de productos hechos para llamar tu atención, es muy probable que cojas productos insanos, ya que el hambre real que tienes en ese momento te provoca una sensación de ansiedad y que es probable que asociemos a productos ultraprocesados.

Como siempre estos son solo unos pocos consejos, no todos somos iguales y las pautas casi siempre deben ser individualizadas. Por eso si necesitas más ayuda o más información no tengas miedo ni vergüenza en preguntar a tu nutricionista y/o tu psicólogo, ellos sabrán cómo ayudarte.

Fdo.: María Guillén Asensio
Nutricionista AlicanteNutricionista Online

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