La ansiedad goza de muy mala prensa, pero en realidad sin ella no podríamos vivir. La ansiedad es el principal mecanismo innato, con el que nacemos, diseñado para garantizar la supervivencia.
Cada vez que percibimos algún peligro, se produce en nuestro cuerpo una serie de cambios que nos ponen a punto, en las mejores condiciones físicas para poner en marcha las acciones adecuadas que aumenten nuestra probabilidad de sobrevivir ante el peligro. Estas acciones bien pueden estar encaminadas a luchas y hacer frente a esa amenaza o huir y ponernos a salvo de la misma.
Todo comienza en el cerebro. Cuando nuestros sentidos detectan o perciben señales de peligro, esta señal es recogida por nuestro sistema nervioso y enviada al cerebro quien a través de cambios bioquímicos, pone nuestro cuerpo en acción para afrontar la amenaza. Aunque parezca mentira, y muchas veces desagradable e incómodo, cada una de esas sensaciones que experimentamos ante esos cambios, tienen como misión activar nuestro programa de supervivencia. Los principales síntomas de ansiedad, esas sensaciones que notamos cuando estamos ansiosos, son: taquicardia, presión en el pecho, mareo, sensación de ahogo, tensión muscular, sensación de irrealidad, dolor de cabeza y estómago, nauseas, boca seca, temblor y cambios en la visión en líneas generales.
Una característica particular de la ansiedad es su corta duración. Es una reacción muy potente que se puede desencadenar en cuestión de segundos pero dura poco y tiene límites, depende de la singularidad y capacidad de reacción de nuestro sistema nervioso autónomo.
Gráficamente se podría describir con forma de ola; cuando nos ponemos en contacto con la situación temida o amenazante la ansiedad sube rápidamente a niveles elevados, pero no sube hasta el infinito, pasados unos minutos se estabiliza y el malestar permanece, ni sube ni baja. Tras unos minutos a un nivel estable, la ansiedad empezará a bajar lentamente de forma gradual hasta desaparecer del todo. Otra característica es que es inocua, no nos puede hacer daño, porque ¿Qué sentido tendría que un mecanismo diseñado para protegernos, nos causara algún daño?
La ansiedad tiene motivo y justificación cuando afrontamos situaciones peligrosas, de riesgo vital, en las que corremos realmente peligro. El problema está cuando esta ansiedad aparece en situaciones que nos son peligrosas. Es en estos casos cuando no hablamos de ansiedad, sino, de trastornos o problemas de ansiedad.
Los trastornos de ansiedad se definen como una reacción de ansiedad, en un primer momento adaptativa y saludable, que se dispara en situaciones que no suponen ningún riesgo y por tanto no debería activarse. En estos casos el problema no está en el funcionamiento de nuestro organismo, sino que a través de experiencias vividas anteriormente, conectamos situaciones que no son amenazantes con la etiqueta de “peligro inminente” ej.: ansiedad ante los exámenes.
El problema está en la conexión, no en el organismo ni en la naturaleza de la ansiedad en si. Así pues, el objetivo deberá ir encaminado a romper esa asociación entre situación-peligro y no en esconder y anular la respuesta de ansiedad que nos sirve para sobrevivir ej.: reaccionar ante la pitada de un coche.
Aprendamos a conocer nuestras emociones y sacarles el máximo partido. La ansiedad en su justa medida es nuestra gran aliada.
Fdo.: Cristina Sarabia Pérez.