Cometer errores forma parte de la vida y eso nos une a todos como seres humanos. Somos imperfectos y equivocarse es natural, es en nuestras imperfecciones donde encontramos parte de nuestra belleza.
Nos guste o no, fallaremos y en ocasiones nuestros errores perjudicarán a otras personas, incluso a aquellas que más queremos. Sabemos que de haber conocido una alternativa mejor de actuación para resolver determinado conflicto o situación, habría sido puesta en marcha. Aprendemos por ensayo y error, y lo importante es aprender de nuestros errores para crecer, corregir y evitar repetirlos.
Cuando fallamos surge de nosotros mismos una voz crítica que nos juzga, que nos lleva a pensar y repensar en lo que estuvo mal y en cómo nuestra conducta dice de nosotros que somos malos o tontos debilitando nuestra autoestima y despertando en nosotros el sentimiento conocido como Culpa.
Como todas las emociones, la culpa es necesaria y tiene su misión. Nos ofrece información sobre las consecuencias de nuestros actos y nos propone corregir y disculparnos. El mensaje que nos transmite es: “Hice algo malo”. Pero esta emoción en ocasiones viene acompañada de otras como la vergüenza, la tristeza, la lástima por uno mismo convirtiéndola en una emoción desadaptativa.
La culpa se dispara cuando creemos que no hemos actuado correctamente, pero ¿Quién marca las medidas de lo que está bien y lo que está mal, lo que es correcto o incorrecto? Nuestra educación, cultura, creencias y valores son los que determinan cuándo y con qué intensidad nos sentimos culpables. Nos podemos sentir culpables por muchas cosas, por ejemplo, cuando decimos NO, cuando comemos en exceso, cuando pedimos ayuda o en la crianza de los hijos cuando queremos ser el mejor padre/madre. Nuestra mente interpreta la realidad que nos rodea en base a lo que hemos observado y aprendido a lo largo de nuestra vida y en consecuencia, experimentamos unas emociones u otras.
¿Cuántas veces nos hemos sentimos culpables y hemos pasado horas repasando una y otra vez la misma escena recreándonos en el traicionero “¿y si…?” o atrapados en el repetitivo “Tendría que haberlo hecho así…”, “debería haberlo sabido…”? Sabemos que no podemos cambiar lo que ya ha sucedido, entonces cometida la falta, ¿De qué sirve castigarse?
Enfrentémonos a nuestros errores aceptando lo que hemos hecho, aceptarnos tal y como somos, con nuestras limitaciones y defectos. Sólo cuando seamos capaces de ver, aceptar y perdonar lo menos brillante de nosotros mismos podremos retomar nuestro bienestar buscando la forma de enmendar el daño y fortalecer nuestra autoestima.
¿Cómo no dejar que la culpa nos atrape y convertirla en nuestra aliada?
- Detecta qué situación dio pie a la aparición de esta emoción.
- Háblate amablemente, que tu voz crítica no te autocastigue.
- Reevalua y detecta los posibles errores/daños cometidos.
- Piensa en posibles soluciones o alternativas para remediar el error, pregúntate ¿Cómo podría solucionarlo?
- Ponte en marcha e intenta reparar el daño.
En lugar del término culpa te recomendamos utilizar el concepto de responsabilidad. Culpa hace referencia a castigo, a la búsqueda de un culpable al que castigar y esto solo sirve para fustigarse. El termino responsabilidad es más adaptativo y hace referencia a la posibilidad de detectar qué has hecho mal, reparar el daño y aprender de ello.
El ser humano falla por naturaleza, Cualquier mal tiene una remedio por tanto no te sientas culpable sino responsables. Estamos en un camino constante de aprendizaje llamado “vida” y el verdadero error es no aprender de los fracasos.
Fdo.: Cristina Sarabia Pérez